El Centro para América Latina y el Caribe y el Instituto de Investigaciones sobre Cuba de la
Universidad Internacional de Florida me han invitado a este recinto y participar en el evento que nos
reúne. No puedo más que decir gracias por la oportunidad de dirigirme a un auditorio tan importante.
Voy a tratar de colocar seis tesis sobre la transición democrática de México y, como sugiere el
título de esta mesa redonda, lo voy a hacer en “perspectiva histórica”. ¿Porque la transición merece
llamarse histórica? ¿Cuál es su originalidad? ¿Cuándo empezó? ¿Cuál fue su forma concreta de
desarrollo? ¿Cuál fue su trayecto? ¿Por qué se centró en los temas electorales? ¿Por qué lo
electoral en realidad, trajo consecuencias mucho mayores a casi todas las esferas de la vida política
y cultural? ¿Y cual es el lugar del domingo dos de julio en ese largo periodo de cambio político? Voy
a formular estos problemas puntualmente, no solo para facilitar la exposición, sino para propiciar una
discusión, acaso más precisa, de las proposiciones que quiero hacer frente a ustedes.
En primer lugar: la transición a la democracia en México es un periodo histórico. Aunque
parece una tesis de Perogrullo, la cosa no carece de importancia. Vale la pena reafirmarlo frente a
otras nociones o alusiones que se han multiplicado a propósito del mismo proceso: la transición no
es una idea, ni un esquema preconcebido; no es el proyecto de un grupo ni de un partido; no tiene
un protagonista privilegiado, ni un sujeto único; no es una fecha, una coyuntura, una reforma, un
episodio y mucho menos una campaña electoral, por importante que sea. La transición es la suma
de todo eso y mucho más.
La transición democrática alude a un proceso de mayores proporciones:
su tema de fondo es el de una sociedad modernizada que ya no cabía ni quería hacerlo en el
título de esta mesa redonda, lo voy a hacer en “perspectiva histórica”. ¿Porque la transición merece
llamarse histórica? ¿Cuál es su originalidad? ¿Cuándo empezó? ¿Cuál fue su forma concreta de
desarrollo? ¿Cuál fue su trayecto? pan>
realidad, la historia de ese acomodo: encontrar una fórmula para una vida política moderna acorde
con nuestra verdadera modernidad social.
Es un proceso histórico en su doble acepción. Primero, por su duración en el tiempo. Periodo
extenso, de dos décadas, en el cual la lucha y los cambios políticos sustituyen, “desconstruyen” y 2
reemplazan un tipo de relaciones políticas, autoritarias; la tarea era cambiar sus fundamentos para
instalar otras, de carácter democrático.
Y segundo, es histórica por su originalidad: en sus raíces, forma y consecuencias, porque
México no vivió antes un proceso similar. Nunca se había desarrollado un cambio cuyo fin explícito
hubiera sido procurar la existencia y el fortalecimiento de partidos en plural; mediante negociaciones
recurrentes entre las organizaciones adversarias; que tomaron a la arena electoral como el espacio
común para medir y desplegar sus fuerzas y cuyo consenso subyacente –aún entre los protagonistas
más enfrentados- fue evitar la violencia política en el país.
Una vez que situamos el proceso en su dimensión, paso a mi segunda proposición: la historia
de la lucha política en México durante los últimos veinte años puede resumirse así: partidos políticos
en plural, distintos y auténticos, acuden a las elecciones; en ciertos comicios ganan algunas
posiciones legislativas y en otros conquistan posiciones de gobierno; desde ahí promueven reformas
que les dan más derechos, seguridades y prerrogativas. Los partidos, así fortalecidos, vuelven a
participar en nuevas elecciones, donde se hacen de más posiciones y lanzan un nuevo ciclo de
exigencias y reformas electorales. A este proceso, cíclico y que se autorrefuerza, lo hemos llamado
la “mecánica” del cambio político en México. Ricardo Becerra, Pedro Salazar y yo hemos publicado
un libro con ese nombre, porque creemos, que nada podría entenderse, de la política mexicana en el
último cuarto de siglo, si no se reconoce ese proceso vertebral que fortaleció a los partidos y que
encontró en cada reforma electoral un pivote para una nueva fase del cambio.
No fue sólo una estrategia pensada por ningún partido, ideólogo o personalidad política. En
parte, por eso hablamos de “mecánica”, un proceso que pone en marcha energías políticas y que las
encauza; un proceso que viene de menos a más y como una bola de nieve no cesaría de
expandirse, tocando y alterando muchas otras esferas de la vida política, social y cultural.
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